Una fiesta retro es una revelación. No por la música de los 70, 80 y 90. Ni por los Bee Gees, Depeche Mode, La Ley, Virus, Los Prisioneros, GIT, Soda Stereo o el adolescente Luis Miguel cantando «La Chica del Bikini Azul». Sí por la gente en la pista que, cerrando los ojos, disfruta como si el ayer la secuestrara, transformándola en irreconocible.
El paso del tiempo, los treinta o más años transcurridos de la época de esas canciones, pierden lógica mientras el cuerpo se mueve más lento que antes, pero seguro marcando los tiempos, con pies y brazos más o menos coordinados. Incluso hay algunos que desafían la falta de resistencia aeróbica, los músculos perezosos y el abdomen abultado entrando en una especie de «posesión rítmica», saltando, cruzando las piernas, girando en sí mientras miran el video en el muro intentando seguir los pasos de un esbelto, «afiebrado» e inalcanzable John Travolta.
Son los mismos que cuando jóvenes, con estos mismos ritmos, miraban con extrañeza la devoción que los adultos de entonces prodigaban a la «Nueva Ola» de los 60 y a bandas y músicos de antaño. Y reían. En los 80 poco entendían el fervor de sus padres por sus ídolos musicales de la adolescencia. Hoy son sus hijos quienes los miran a ellos con extrañeza cuando los ven coreando con fuerza y un puño en alto «La Voz de los Ochenta» o «Qué vas a ser cuando seas grande». A estos nuevos adolescentes, con otros códigos musicales y sociales, les cuesta asimilar que éstos, moviéndose de un modo raro, sean sus padres. Por eso, también ríen.
Sin embargo, eso es lo menos importante. Para los ex adolescentes, una fiesta retro hoy es un regalo, una potente inyección a la vena de los recuerdos; una oportunidad para revivir, al son acelerado de la guitarra, golpes de batería y la sicodelia de un teclado, algunas letras hace mucho no escuchadas, como un «play» que activa de inmediato la memoria adormecida. Y eso hace bien. Porque en esta adultez llena de responsabilidades, cerrar los ojos y cantar sin inhibiciones en la pista conecta con ese uno mismo tan libre; el único que puede enlazar la simpleza de la juventud con lo que hoy somos. Por eso, no obstante el jadeo, los pulmones que no dan para tanto y todo lo que el cuerpo reclama como inoportuno a esta altura de los años, vale más que la pena esta pasión retro.