Ahí junto a las otras.
Ella, siempre perfecta.
Para lucir como ninguna.
Pero nunca de nuevo.
Sólo un leve toque.
Un pasar de la mano.
Caricia sutil de dedos.
Y otra vez la oscuridad.
Ella, blanca y elegante.
Unica entre sus iguales.
La de origen muy noble.
De la gran ceremonia.
Ahora condenada a no ser.
A la agonía de un recuerdo.