¿Qué pensaría usted si escucha a una niña decir “hagáramos” en vez de “hiciéramos”? Seguramente lo encontraría gracioso y reiría, tal como yo lo hice al oír esa no-palabra de boca de alguien cuya identidad me guardo como el mayor secreto profesional entre padre e hija. Porque entiendo que el léxico, a los pocos años de edad, muchas veces fluye desordenado en yerros que buscan el buen rumbo entre sujetos, predicados, adjetivos, acentos y sustantivos, maraña mental que, literalmente, traba y confunde pequeñas lenguas.
Prefiero una niña que se sonroja al constatar que lo que dijo no se dice así, que al instante asimila la nueva palabra, y aquí nada pasó, para seguir de inmediato con el relato de una historia fascinante, tan propia de la infancia.
Prefiero esa niña al silencio que ronda en muchas bocas ya maduras; a ese mutismo que invade una sala de clases de universidad cuando el profesor hace una pregunta que más que conocimiento quiere motivar la participación, sacar a los futuros profesionales de la apatía y la modorra mañanera.
Prefiero eso a las palabras de buena crianza, sin sentimiento, pronunciadas por cumplir, porque las circunstancias obligan. Frases hechas que ni se entienden, pero suenan bonito. Frases para el marketing social, para mantenernos a tono con el fingir que no pisa callos. Dichos sin compromiso que florecen a más no poder en el hoy de la impersonalidad, del narcisista que sólo piensa en sí para sí.
Prefiero eso a las palabras rimbombantes de los políticos, a sus promesas de cartón sin respaldo. A los discursos que se van con el viento luego de la campaña y la elección; palabras fríamente estudiadas, calculadas para convencer a un electorado ávido de lisonjerías lingüísticas, dispuesto a entregar su voto a cualquiera que le apunte medio a medio en su punto débil emocional.
Prefiero eso a periodistas que blufean de oración en oración. Simples transcriptores de pensamientos ajenos como títeres sin cabeza, que se dejan embelesar por la esfera del poder, por una fuente que les soba el lomo para timar a la opinión pública. Periodistas dispuestos a destrozar la honra de los débiles, pero incapaces de desafiar a los peso pesados, amañando y prostituyendo palabras en titulares y crónicas según las más oscuras intenciones, a su antojo y en la impunidad, escudándose en la libertad de expresión.
Prefiero eso, una niña diciendo “hagáramos”, en forma sincera e inocente, que reconoce su falta, que pensándolo bien no lo es tanto, a un adulto asegurando un “hiciéramos” sin sentirlo, sólo para conseguir algo a cambio o para quedar bien. Palabra que prefiero un error inocente a un engaño profesional. Palabra.
(Columna publicada originalmente en el diario La Prensa Austral de Punta Arenas en 2010)