La casa roja. La ventana y su lámpara.
El portón oxidado.
Y los colores en esa pared de adobe.
La mujer del segundo piso que (te) mira.
El perro en su siesta de media tarde junto a la banca.
Y también la banca. Y las dos iniciales talladas en ella.
La advertencia de no tocar la bocina. Y los otros perros.
La risa de los niños y sus caras. Y su ternura.
Y esos adoquines centenarios. El desgastado riel de tranvía.
Las hojas que pisas sin notar. Y el otoño.
La dulce quietud de esos gatos.
Y el montón de cables, arriba, de poste en poste.
Las ofertas en tiza del almacén de la esquina.
El pan fresco y el queso de campo. Y su nombre.
Y el polvo de la escoba. La manguera que riega.
La bicicleta en el grifo. Y la citroneta amarilla.
Y al anciano en la silla. Su diario y el sombrero.
Las largas sombras de los árboles.
Y las últimas flores.
Nunca sabrás lo que te pierdes.
Más que una calle más en tu vida.
muy bueno
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