Imaginen hoy un noticiero de TV abierta con un sacerdote comentando todos los viernes.
Esto sucedió en Chile desde 1977 a 2001 en el otrora Teletrece de Canal 13, espacio que estaba a cargo de dos curas, siendo el ícono Raúl Hasbún. Nótese: ¡24 años seguidos!
Sitúense ahora, sobre todo, en la década de los ’80, en dictadura, sin televisión por cable y una limitada TV abierta (sí, ese Chile existió). Desde este púlpito privilegiado, la Iglesia Católica podía dictar sin oposición cátedras de moralidad cristiana, pero también del buen ser ciudadano (Hasbún, el adalid de esta retórica); cualquiera así, cómo no, podía ejercer una influencia brutal en una sociedad contreñida al máximo en sus derechos, con un estado de sitio que sólo dejaba en la noche libertad para sentarse frente a la tele a ver noticias, en cualquiera de los dos canales principales: uno del gobierno y otro católico.
Este contexto conservador moldeó a toda una generación en los ’80. Un poder eclesiástico de elite, todopoderoso -amparado por civiles genuflexos-, que se alejó de la mayoría de la gente, relativizando, e incluso desconociendo, los mismísimos postulados cristianos.
Este ambiente, donde la Iglesia Católica miraba al pueblo desde muy arriba, fue escenario propicio para que los sacerdotes dejaran fluir sus libidinosas inclinaciones en la más absoluta impunidad, aprovechándose de la inocencia, pero sobre todo del miedo en una cultura de represión transversal (desde la familia al Estado), donde el silencio era el mejor consejero; también este ambiente autoritario inspiró a muchos futuros sacerdotes, algunos de los cuales hicieron del abuso sexual su homilía futura.
Afortunadamente, el tiempo siempre es generoso en nuevos entendimientos. Incluso generoso en perdones. Pero nunca en olvido; porque el tiempo, diga lo que se diga, no todo lo cura.
Muy bueno tu escrito…sobre las tentaciones literarias
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