Allí, quieta, sin vida, encajonado su cuerpo, la Rosa ya no era la misma. No estaban el delantal, el mate, sus cuentos, ni su perfecta mezcla de rudeza y ternura. Pero sí cuatro cirios que amparaban su ataúd, junto a un infinito y persistente rezo gutural invocando a la Virgen María.
Quiso revivirla. Ser nuevamente su niñito. Arrinconarla con el beso más grande del mundo que nunca le dio.
Pero no, esa no era su Rosa. La suya había vuelto a Chiloé, y ahora, allá muy lejos, era parte de las historias que ella misma le contaba.
Escribir no es difícil. Lo es tener algo que decir. Y, más, decirlo de manera cautivante. Y mucho más, terminar lo que se está escribiendo. Y mucho, mucho más, terminar en el momento preciso para sorprender al lector, incluso si lo escrito es sólo una frase.
Me defino como un periodista con tentaciones literarias. Para mí lo más gratificante es el resultado del proceso creativo, tanto si se parte de la nada y se concluye en algo, como si de la nada se llega a nada; esto último también es creación.
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