Uno más en la multitud. La misma que, entre murmullos, voyeriza cada tragedia. A unos metros, cubierto con un plástico azul, el muerto.
Del pequeño cuerpo asomaban sólo los pies. Según la señora a su izquierda, el niño cruzó la calle sin mirar. Lo atropelló una micro, escuchó musitar a una voz sin rostro. Parece que fue una 341. No, una 226. Quizás el auto rojo estacionado allá.
Dio media vuelta hacia su casa. Pensó en su hijo. Mientras caminaba cada paso arrastrando la angustia, rogó a Dios que no fuera él.