El agua corrió tibia sobre su piel un instante eterno. Bajo el chorro, lamentó cada gota. Al cerrar la llave, respiró profundo, hasta el alma. Pensó en la soledad, en la condena de purgar en el vacío el pecado de ser nada en el todo.
Sintió el gatillo, la caricia del metal en la sien. Dedicó el último pensamiento al sonido del disparo que estremeció el departamento, pero que nadie escuchó. Ni él.
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