Sucede que en cada nueva ciudad que visito, una parte de mí lucha por permanecer en ella. Como si ya hubiese caminado sus calles y admirado sus fachadas; como si conociera a sus gentes desde antes en conversaciones eternas.
Siento que viajo para volver, a un pasado que asoma tímido en muchas de mis esquinas que hoy recuerdo por primera vez. Y noto, entonces, que la ciudad no es nueva porque siempre he estado en ella.
Y descubro que descubro esa parte de mí que desea quedarse para conocerme de verdad, porque sé tan poco qué fui y qué soy, y nada de lo que seré en otras nuevas ciudades donde también algo de mí querrá no partir.
Por eso viajar es todo lo contrario a viajar.
Viajar es volver por esa historia que dejamos a medias en viejas ciudades de nuestra vida, y que, de nuevo, viviremos a medias porque, otra vez, una parte de nosotros volverá a partir.
Viajar es estar donde quedamos.