Bajo la sombra, decenas de jóvenes copan los escalones del acceso a un edificio en la Avenida 23, a metros de la Calle L. También otros más allá, frente al Parque Coppelia.
Cabeza gacha, no quitan la vista de su objetivo. Algunos, con audífonos, le hablan al aparato y lo miran fijamente, sonriendo, saludando hacia la distancia, virtual. A ellos, en este instante, les preocupa el tiempo, pero no el climático de la calurosa Habana a las seis de la tarde de lunes, sino el que se va consumiendo minuto a minuto.
Johan es uno de ellos. Vive lejos de la Avenida 23 y Calle L, donde trabaja. Cuando se enteró que el gobierno había dispuesto la apertura de internet en 32 zonas de la Habana y que ésta era una de ellas, esperó ansioso el término de su turno para comprar por dos pesos convertibles su primera tarjeta, la que raspó con cuidado para acceder al código y la clave. Esa primera vez gastó las dos horas en Facebook, comunicándose con su hermano en Miami.
Ahora, para Johan es sagrada esa conexión en la 23 y L. Dos horas más poderosas que la humedad y el calor de la tarde, incluso más fuertes que las idas al Malecón con sus amigos y ese ron para el cual ya no quedan pesos ni tiempo.