Para siempre recordando

No sé cuándo, poco a poco, comencé a perder mi presente, a despertar día a día para el mañana. Como cuando ahora, junto a una hermosa piscina, rodeado de árboles frutales, parrones, paltos, limones, escribo plácidamente, y, por indicación de mi esposa, admiro un racimo solitario, trepado cinco metros entre ramas ajenas, inalcanzable al apetito veraniego; y así, en traje de baño, bajo el protector toldo de totora, pienso en lo agradable de estar de vacaciones y que ojalá éstas, al menos por una sola vez, duraran tanto como mi memoria; pero de inmediato me veo el próximo lunes camino a la oficina, con el viento frío golpeando mi rostro, recordando esta piscina, los árboles, el calor, las mañanas y tardes de ocio en familia y este preciso momento a punto de ocurrir, en el que dejaré el lápiz para lanzarme al agua, intentado lucirme ante mi hijos con el mejor piquero; bello y placentero instante que ahora, lunes, es sólo una añoranza.

Debo aclarar que cuando estoy viviendo un momento agradable, y mi mente se dispara al futuro, a lo que vendrá, a lo no tan placentero como lo que está ocurriendo, el retorno al ahora es una respiración profunda, dulce y satisfactoria, de aquellas en la que somos dueños del mundo. Por el contrario, en una circunstancia adversa, como el funeral, en medio de la congoja colectiva, llanto y ataques de histeria, pienso en el futuro, a lo lejos, en el tiempo de las conversaciones tranquilas por venir, en esas en que el fallecido se recuerda incluso entre bromas, claro que la sonrisa que apenas alcanzo a esbozar se disuelve al retornar al ahora del luto y dolor. La verdad, no sé qué es mejor: si un presente agradable amenazado por un futuro adverso o lo segundo, porque, en ambos casos, lo que importa aquí es la infinita imposibilidad de fijar una certeza viviendo el ahora.

Al principio fue, como todos, sólo pensar en lo pendiente en medio de cualquier situación. Por ejemplo, si en la televisión el asesino serial cometía su noveno crimen, siguiendo el mismo patrón de los anteriores, yo, pese a mirar fijamente la escena, estaba muy lejos de ahí pensando en la cita del día siguiente con el médico. O cuando, en medio de una conversación con amigos, el codo de mi esposa me traía de vuelta al aquí; era la única con la fina percepción de captar con claridad esos momentos en que, por algunos segundos, mis pensamientos se perdían. Pero hasta ahí, nada grave, menos plantear siquiera la posibilidad de confundir presente con futuro, porque, para hablar con precisión, nunca los pensamiento fueron hacia el pasado, llamativo al menos considerando que los que todos tenemos de sobra son recuerdos, de los buenos, malos y tantos otros tan difíciles de clasificar. Si bien no había perdido la capacidad de recordar, lo que solía hacer en todos los contextos cotidianos, el futuro me acechaba.

Eso hasta hoy que amanecí agobiado por una gran certeza, esa certeza mayor que ni el fuerte codazo de mi esposa pudo despertar. Y aquí me tienen, anclado en el presente del mañana, sólo recordando. Para siempre. Para siempre recordando el presente del pasado.

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